De entre los muchos tipos de diversidad funcional (discapacidad, minusvalía) existentes, el Autismo presenta ciertas diferencias asociadas con la “piedad”, “pena” o “lástima” social que provoca con respecto a otro tipo de discapacidades.
Generalmente cuando vemos a un niño con Síndrome de Down, es bastante común oír la coletilla de “Que pena”. En el caso de un niño o niña con espina bífida, o parálisis cerebral, ya entra la “piedad”. Es decir, muchos tipos de Diversidad Funcional provocan en la sociedad un sentimiento piadoso hacia quienes sufren o padecen los efectos de esa discapacidad. Con el autismo es diferente, los receptores de la “piedad” son los padres.
En cualquier caso, quienes tienen estos pensamientos tan “compasivos” hacia un colectivo tan grande de personas, son sencillamente buena gente con poca información. No disponen del conocimiento necesario y este hecho los convierte en “ciudadanos piadosos” pero poco informados.
Y aunque no lo parezca, este efecto tan piadoso hacia los padres de niños con TEA consigue que el proceso del duelo sea más complejo y largo. Además existe otro factor que genera más desamparo aun y es que a día de hoy no se sepa con certeza el origen real del trastorno. Aunque cada día parece tomar mas fuerza el hecho de que los contaminantes tengan cierta culpa, este hecho no se ha podido demostrar todavía. Se presume también de una conexión genética, que podría avalar el tema de los contaminantes a raíz de los disruptores endocrinos. Pero esto es otra teoría más. Seguimos en la penumbra sobre el origen de este Síndrome.
Si a esto le sumamos que la prevalencia se ha disparado hasta adquirir proporciones epidémicas, la sopa está servida. Aunque tampoco queda claro si este aumento tan brutal es debido a un nuevo modelo diagnóstico o es que sencillamente es una epidemia. ¿Demasiadas incógnitas verdad?
Y cuando unos padres se encuentran en esa situación, pueden caer en la desesperación. Y esto nos lleva a caer en manos de sabios locos, chamanes, curas, pseudocientíficos, científicos con intereses, psiquiatras de receta fácil, etc, etc. Y el cocktail está servido.
Entre los ingredientes de este cocktail podemos encontrar a:
- Profesionales serios, que viven en un proceso de formación constante y que se toman muy en serio su trabajo. Por norma general el discurso de estos profesionales no es muy emocionante ni esperanzador, suelen ser extremadamente prudentes y hablan siempre a largo plazo.
- También tenemos al profesional lanzado, de conducta y verborrea exuberante que nos promete el oro y el moro. El oro y el moro es – evidentemente- la medicación.
- Luego nos encontramos a los presuntos profesionales que nos hablarán de curaciones, de procesos científicos (aunque no existan estudios serios que los avalen, sino más bien todo lo contrario), y de como nuestro hijo mejorará hasta límites insospechados. Basaran su discurso en denostar a la medicina oficial ya que esta se encuentra bajo grandes intereses económicos, etc, etc,…, que si las vacunas, que si los metales pesados, etc,…
- También encontraremos a auténticos chamanes que por imposición de manos, rezos y piedras mágicas lograrán sacar a nuestro tierno infante de su situación.
Pero claro, de esta lista de posibles opciones, curiosamente la que menos esperanzas ofrece (a priori) suele ser -por norma general- la más fiable. ¿Y ustedes se preguntarán a qué viene toda esta disertación? Pues viene a raíz de los “hallazgos” del Doctor Randall A. Kavalier, que ha “descubierto” que administrando a niños con autismo un medicamento llamado Namenda (que está diseñado para pacientes con Alzheimer) hace “milagros” con estos niños. ¿Podría ser este medicamento el milagro necesario para curar el autismo? Con este titular se despachan algunos medios norteamericanos. Y ya tenemos un nuevo mesías en ciernes. Claro que cuando uno se pone a investigar resulta que hay poco milagro y excesivos interrogantes, cosa ya habitual.
Yo he formulado muchas veces a psiquiatras, neurólogos, …, la misma pregunta al respecto del efecto a largo plazo de la administración a niños de determinado tipo de medicación cuyo objeto principal está el alterar el funcionamiento del cerebro. Por ejemplo: Ritalin, Risperdal, Rubifen, Abifly, Concerta,…, etc. La administración de este tipo de fármacos en niños (a partir de 3 años ya los medican) cuyo cerebro se encuentra en plena fase de desarrollo es, en mi opinión, excesivamente arriesgada. No estamos administrando un antibiótico o un antiinflamatorio, no, estamos administrando medicación de uso psiquiátrico que fue diseñada para adultos. Y curiosamente leía ayer en el blog del Doctor Garcia Tornel su última entrada titulada Riesgo de los medicamentos en niños. Es decir, que cada vez se toma más en consideración la administración de fármacos en niños por un lado y por el otro les damos antipsicóticos, antidepresivos, etc,…
Y claro, bajo esta misma premisa hay tipos, que escudándose en los peligros de la medicación y de que todo el mundo está loco menos ellos, nos ofrecen lo último en procesos curativos “La cura por ozono” (que es lo último en despropósitos que he oído) y nos largan una serie de desideratas revestidas de palabras complejas y presuntas propiedades cósmicas y pretenden convencernos para realizar un proceso depurativo del intestino de nuestro hijo. Proceso consistente en introducir por el recto de nuestro hijo unas inocuas cantidades del ozono salvador en diversas sesiones de siete minutos de duración cada una. Claro, así explicado suena horrible, pero no voy a emplear más tiempo en dar detalles sobre ese tipo de prácticas.
El autismo es algo muy complejo, pero gracias al genio de Albert Einstein tengo un modelo para explicarlo. Una vez un periodista le preguntó a Albert Einstein si podía explicarle de forma sencilla y rápida la teoría de la relatividad, ante lo cual Einstein les respondió que sí, pero con una condición, “Debe usted explicarme primero como se fríe un huevo” le dijo al periodista, “pero debe Usted tener en cuenta que yo no sé lo que es un huevo, ni el aceite, ni la sartén, ni el fuego”
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