D. Marc Monfort es
logopeda por el Instituto Superior de Logopedia de Ghlin (Bélgica),
Profesor de Enseñanza Primaria y de Pedagogía Terapéutica por la
Universidad Complutense de Madrid. Es
director del Centro de Logopedia “Entender y Hablar” en Madrid desde
1973, y logopeda en el Colegio de Integración “Tres Olivos”. Colabora
asiduamente en cursos de formación en diversas universidades de España,
Francia, Suiza, Bélgica, Canadá, Argentina, Colombia, Chile, Méjico. Es
autor, junto con Adoración Juárez, de numerosas publicaciones sobre
patología del lenguaje, así como de diverso y abundante material
didáctico.
Cuando los padres de niños autistas y disfásicos empiezan su recorrido por diversos profesionales en busca de un diagnóstico, muchas veces reciben opiniones contrapuestas, dejándolos muy confundidos ¿en qué consiste la diferencia entre estos trastornos?
M.MONFORT: La verdad es que la confusión no debería ser tan severa como podría
parecer.
La caracterización del espectro autista es bastante clara y está
estandarizada en el DSM-IV. Según esto podemos reconocer entre los
llamados Trastornos Generales del Desarrollo (TGD) al Trastorno Autista,
al Síndrome de Rett, al Síndrome de Asperger, el Síndrome
Desintegrativode la Infancia y los Trastornos Generalizados del
Desarrollo no Especificados.
En
todos ellos hay graves problemas de comunicación y de interacción
social. En cambio, las disfasias (según la clasificación de Rapin y
Allen, 1983) son trastornos específicos del lenguaje (TEL).
Por
ejemplo, en la AgnosiaAuditiva Verbal el niño actúa de manera muy
similar a como se comporta un sordo: presenta problemas de comprensión y
expresión verbal, pero entiende el lenguaje gestual y usa ese tipo de
lenguaje alternativo. En el Síndrome Léxico-Sintáctico hay un problema
de evocación de las palabras, pero tampoco hay un mal manejo de la
pragmática del lenguaje.
La
confusión empieza específicamente con la disfasia que llamaron Síndrome
Semántico-Pragmático, en donde sí hay dificultades con la comprensión
de los elementos pragmáticos del lenguaje, tales como la comprensión de
la intención comunicativa o, incluso, el intento de interacción con el
otro; por ello también se la conoce como Trastorno Pragmático del
Lenguaje (TPL).
En
la infancia temprana, este trastorno es muy difícil de distinguir de
los trastornos del espectro autista y, de hecho, sólo se puede
sospechar. En la gran mayoría de los casos, un diagnóstico correcto no
puede establecerse antes de los siete años y, más que una fotografía de
ese momento, corresponde a la observación de la evolución del niño entre los tres y los siete años.
Profesor
Monfort, ¿podría describirnos este proceso entre los tres y los siete
años y qué importancia tiene el grado de intensidad de los síntomas en
su desarrollo futuro?
M.MONFORT: A
lo segundo hay que decir que no resulta tan importante como podría
pensarse, he visto niños que no parecían tan afectados en un inicio,
pero al mantenerse los síntomas en el tiempo su problema se ha agravado.
Por el contrario, algunos niños muy afectados han avanzado muy rápido.
Los
tratamientos logopédicos son muy importantes en estos procesos, pues el
lenguaje es una herramienta eficaz que moldea gran parte de la mente y
lo hace en unos tiempos bien determinados de la primera infancia.
Respecto a cómo se da este proceso evolutivo, hay que señalar dos ideas.
La primera es que todo es lento y trabajoso. Hay que tener
paciencia mientras se avanza en el tratamiento. La segunda es que se
dan dos líneas –lo verbal y lo social que idealmente deben ir
progresando a la par. En los niños del espectro autista hay un progreso
en el lenguaje (en aquéllos que acceden al lenguaje) que no se refleja
en la misma proporción a nivel de habilidades sociales.
Cuando ambas líneas mejoran paralelamente, uno puede empezar a sospechar que está frente a un TPL.
¿Qué
se hace una vez observado el problema y frente a esta imposibilidad de
un diagnóstico temprano certero en los casos limítrofes? Pregunto esto
porque algunos neurólogos le señalan a los padres la necesidad de
esperar un tiempo y no derivan a tratamiento diferencial.
M.MONFORT: Bueno,
las hipótesis nuestras son dinámicas, no estáticas, por lo menos
durante los primeros años de vida. Estas hipótesis se van reduciendo
conforme veamos el desarrollo. Ahora, por motivos estratégicos se
aconseja casi siempre partir de la peor de ellas y diseñar el
tratamiento siguiendo ésta. En ningún caso dilatamos el inicio del
tratamiento logopédico: los primeros años son claves para la formación
de la mente y esperar puede significar que empecemos tarde a intentar
modificar lo que más temprano era más fácil de lograr.
Además,
el establecimiento de un diagnóstico diferencial no es nunca una
condición para empezar un programa de estimulación ya que los programas
son fundamentalmente sintomatológicos y no etiológicos: no enfocamos 2
de 5 las causas (que desconocemos) sino que intentamos corregir las
consecuencias.
Hasta
el momento hemos hablado sólo de niños. ¿Cuál es la diferencia entre
los adultos disfásicos, autistas y pragmático-semánticos (¡urgente,
crear un nombre más simple, tal vez, apragmáticos!)?
M.MONFORT: Los
adultos disfásicos que han tenido una eficiente atención logopédica
pueden superar muchos de sus problemas, aunque va a costar que se
vuelvan literatos o grandes oradores, no deberían tener problemas para
ser autónomos y para interactuar bien con los demás. Un disfásico más
severo y no tratado va a tener algunos problemas en la vida, los obvios
por manejar deficientemente el lenguaje oral. En cuanto a los adultos
autistas, según su capacidad cognitiva general, el objetivo de su
educación puede variar entre una simple autonomía física (que no sea
necesario alimentarlos, vestirlos y asearlos), una autonomía restringida
(dentro de casa o dentro de una institución, no necesitan vigilancia
constante y se muestran suficientemente responsables y autónomos pero no
pueden salir solos por la calle) y una autonomía limitada (incluso
pueden trabajar y salir solos por la calle, pero viven con sus padres o
en una institución porque las decisiones más trascendentales o las
situaciones más complejas no pueden resolverlas sin crisis). La
autonomía completa parece reservadas a las formas más leves del
espectro, por ejemplo, muchos de los adultos con Síndrome de Asperger.
Respecto a los adultos con Trastorno Semántico-Pragmático (o Trastorno
Pragmático del Lenguaje), ellos alcanzan la normalización social (si han
sido bien atendidos logopédicamente y afectivamente), aunque nunca van a
ser particularmente sociables. Este concepto de "normalidad social" es
muy importante y no significa que no tengan algunas particularidades;
pero todos tenemos algunas particularidades.
Pueden
ser considerados como extraños o raros por familiares y amigos pero
dentro de parámetros de normalidad. Lo importante es que puedan alcanzar
un nicho social y laboral en el que vivan cómodos. El peligro de
desarrollar cuadros depresivos o similares es evidentemente más alto en
ellos que en el conjunto de la población. Antes
de referirnos a la educación de los niños, me gustaría saber por qué
hay tantas teorías para explicar las causas de estos trastornos.
M.MONFORT: La
verdad es que hay tantas teorías porque no hay ninguna. Es decir,
ninguna probada científicamente. Algunas de ellas son muy razonables y
en otras se ha obtenido información empírica, pero siempre al nivel de
caso o de opinión. En lo que se refiere a tratamientos no educativos
(fármacos, dieta) no existe todavía evidencia de resultados
significativos estables. El consejo de sentido común es que se deben
aplicar con un control médico estricto y que los resultados deben
producirse a corto plazo. He sabido de padres que medicamentan a sus
hijos por largos periodos de tiempo a pesar de no observar cambios, no
me parece lógico. En todo caso, la tarea nuestra no es la búsqueda de
soluciones médicas, ésa es tarea de los médicos, cuando lo logren ya nos
enteraremos, que no te quepa duda.
Cuando
se habla de causas, entendemos que éstas pueden describirse en dos
niveles: la causa fisiológica (que podríamos llamar de base) y la causa
cognitiva (derivada de la primera, pero cualitativamente autónoma). En
este segundo sentido, ¿qué causa estos problemas?
M.MONFORT: En
lo que se refiere a los trastornos específicos del lenguaje, lo más
importante es resaltar que se trata esencialmente de trastornos de
entrada, no de salida, como se ha creído habitualmente. Los síntomas que
se observan en la expresión no son más que el reflejo de las
dificultades en procesar, interpretar y guardar en memoria los modelos
que se reciben del exterior.
Esto
se aplica también a la vertiente pragmática. El problema de un niño que
sufre un trastorno pragmático no es que no sepa hablar. Su problema es
que no entiende cómo usan el lenguaje los demás, cuándo usarlo y para
qué usarlo. Por ello, cuando finalmente acceden al lenguaje, muchos
padres no entienden el contraste que se produce a menudo entre la
corrección formal de lo que dicen sus hijos y los fallos tremendos a
nivel de conceptos y usos que parecen elementales para todos. Ocurre lo
mismo con las habilidades sociales que se van haciendo más complejas a
lo largo de toda la vida.
A
veces, conseguimos entre los 8 y los 10-12 años un buen nivel de
integración social porque hemos conseguido que los niños aprendan y
comprendan las reglas esenciales de los juegos de patio y de las
actividades de un aula de primaria, Sin embargo, al entrar a la
adolescencia, el ahora jovencito empieza a tener líos para estar con sus
compañeros: él ya había asimilado los juegos infantiles (que se
mantienen relativamente invariantes durante la primaria) y ahora sus
compañeros ya no juegan; en vez de ello, prefieren juntarse a conversar
largamente en grupos y él ya no es tan aceptado. No sabe por qué
cambiaron abruptamente su conducta y no entiende las 3 de 5 reglas
sutiles que rigen esos nuevos grupos sociales, incluyendo el uso del
argot o de una jerga propia de los
adolescentes.
Recién
al llegar a la adultez puede volver a mejorar esta situación, siempre
que el joven haya pasado indemne afectivamente por la etapa anterior y
que encuentre su nicho laboral y social: los más capacitados se dedican a
la informática u otros empleos en los que no se requiere el permanente
contacto social para llevarlos a cabo. La aparición de problemas al
llegar a la adolescencia demuestra que el trastorno permanecía, puesto
que las dificultades de entrada se ocultan mejor que las dificultades de
salida y que esas dificultades, en el caso de los niños con un síndrome
semántico-pragmático, no son únicamente de lenguaje sino también de
aptitud para establecer relaciones sociales adecuadas. Es por ello que
muchos lo consideran un síndrome que está en parte solapado con los TEL y
en parte con el Espectro Autista.
Profesor,
me gustaría que se refiriera al tratamiento y que agotáramos primero la
perspectiva negativa: ¿qué errores se cometen en la intervención?
M.MONFORT: Yo
podría mencionar tres errores de los profesionales del lenguaje que
atendemos a niños con disfasia y autismo como los más frecuentes.
Primero, centrar la atención en aspectos superficiales del lenguaje,
tales como la ortofonía.
Yo
trabajo en redacción y veo que es habitual que se confunda escritura
con ortografía, correcciones idiomáticas u otros elementos
microestructurales.
M.MONFORT: Sí,
en el fondo esta perspectiva se debe a la falta de un conocimiento
profundo acerca del lenguaje. Incluso cuando no tenemos problemas
pragmáticos, sino de código, deben abordarse factores menos
superficiales.
El
segundo error consiste en pensar que el tratamiento está esencialmente
en manos de los especialistas cuando en realidad lo que debemos
modificar en primer lugar es el entorno de los niños, tanto el entorno
familiar como el escolar, no porque sean ellos los "culpables" del
trastorno sino porque es en esos entornos donde el niño debe aprender a
crecer, relacionarse y adquirir conocimientos. Los especialistas sólo
somos intermediarios provisionales.
¿Cuál es el tercer error?
M.MONFORT: A
nivel más general, tengo cierta aprensión hacia la postura de abordar
la terapia de los TEL o de los TGD como si fuera un trastorno de la
relación, algo bastante frecuente en Francia, por ejemplo, o en algunos
países latino-americanos. No podemos negar la importancia de los
factores afectivos en cualquier terapia, pero no hay que confundir esto
con la esencia del problema. Muchas terapias basadas en lo afectivo
funcionan porque, sin proponérselo, también incorporan elementos de una
terapia focalizada en el desarrollo de la pragmática y de la
comunicación oral.
En
el caso de los autistas, su patología tiene evidentemente un aspecto
afectivo, relacionado con las emociones, pero muchos creemos que el
núcleo central de sus dificultades es más cognitivo, comprensivo. El
niño autista no es un niño poco cariñoso o que no pueda sentir afecto,
es un niño que no sabe cómo comunicarse, que no comprende al otro (y no
me refiero sólo a lo verbal, sino también a las intenciones de los
demás), que parece tener dificultades para sintonizar con los estados
mentales de los demás, una habilidad, sin embargo, presente
en bebés de unos pocos meses.
Hay diferencias entre los tratamientos de los tres trastornos mencionados?
M.MONFORT: Entre
la disfasia y los otros dos síndromes (TGD y Síndrome
Semántico-Pragmático) sí hay diferencia, pues en el primer caso se
centra la atención en el propio código verbal (a distinto nivel según el
tipo de disfasia). En el T.G.D. y en el T.P.L. hay un tratamiento
común, básicamente de la comunicación. Si existe ya un primer lenguaje,
lo que se intenta desarrollar son las habilidades para adecuar el
lenguaje a la situación 4 de 5 comunicativa: cuándo hablar, cuándo no
hablar, qué decir en las distintas situaciones, interesarse por lo que
piensan o sienten los demás.
Discúlpeme la pregunta retórica, pero ¿se puede enseñar esto?
M.MONFORT: No
tenemos más remedio que intentar hacerlo. El gusto por comunicarse no
se enseña, aunque en algunos casos se puede dar como resultado del
aprendizaje anterior. Esto es bastante curioso, porque lo natural es que
primero esté la intención y luego aparezca el lenguaje como
herramienta. En muchos autistas o niños con el Síndrome
Pragmático-Semántico tenemos la impresión de que primero aprenden el
código y las reglas de uso pragmático y luego surge poco a poco una
mayor intención comunicativa y hasta el placer de comunicarse con los
demás. En este caso, la interpretación es que esta función, en realidad,
no estaba realmente afectada de manera directa, sino que su desarrollo
se vio impedido por las dificultades de comprensión de los códigos
verbales y no verbales que los demás utilizan: a partir de una cierta
"masa crítica" de habilidades aprendidas y aplicadas en entornos
naturales, parece que emerge entonces ese "instinto del lenguaje" del
que habla Pinker, aunque desde otra perspectiva.
En
nuestro país (Chile) hay un plan del Gobierno para integrar a los niños
en las escuelas normales, desde su experiencia ¿qué tan conveniente
resulta la integración?
M.MONFORT: Depende,
allá en España estamos intentando crear aulas de lenguaje o centros de
integración preferente para niños con TEL, como existen en Bélgica (mi
país natal), por ejemplo, o en Gran Bretaña. En general, la aplicación
de los programas de un país responde a criterios de organización y no
siempre a lo más conveniente técnicamente hablando. Por ejemplo, la
integración de un autista en una escuela ordinaria puede resultar
contraproducente si no se aprecia avance en su socialización, puesto que
altera la educación de sus compañeros y él no está aprendiendo nada
significativo. En general, lo más aconsejable es integrar a los niños de
forma progresiva y con una estrategia de apoyo especializada intensiva.
En ciudades grandes es posible
pensar en escuelas con integraciones específicas a cada trastorno (Madrid, por ejemplo).
Pero
en ciudades más pequeñas no se pueden hacer esta distinción y dudo que
en la escuela haya un especialista en todos los trastornos (Down,
autismo, disfasia, retardo mental, hiperactividad, etc.).
Irremediablemente, estos niños (los que más la necesitan) no tendrán
atención. Ahora, cuando se inicia un plan de integración es necesario
hacer
una
evaluación en el tiempo para determinar si vale la pena seguir con ella
o resulta más conveniente que el niño esté en un centro especializado (
lo que no significa que no se pueda perseguir los objetivos de
integración social por otros medios o en otros lugares como actividades
extra-escolares o la propia familia). Un niño diferente tiene derecho a
una enseñanza de calidad y no hay un modelo único capaz de responder a
todas las
variantes de la discapacidad.
A
mí me preocupa el que estos pequeños se integren a escuelas que tampoco
funcionan muy adecuadamente para los niños sin trastornos.
M.MONFORT:
Bueno, ése es otro problema. En los niños sin trastornos, muchas veces,
se da el aprendizaje del lenguaje, oral y escrito, a pesar de la
escuela. En estos niños esto no ocurre, no podemos darnos el lujo de ser
torpes. Recuerdo que tenía un niño con tartamudez que era bastante
exitoso en sus estudios: sus calificaciones eran las mejores del curso,
aprendía fácilmente y no tenía mayores problemas, excepto su tartamudeo.
Le
hice un cuestionario para detectar las situaciones más estresantes y me
señaló que era la lectura en voz alta en el ramo de lenguaje. Llamé a
la escuela, pensando que iba a ser un trámite sencillo, pero me encontré
con un maestro que empezó a poner todo tipo de problemas porque no
concebía el que el niño no tuviera calificación en lectura. Le señalé
que qué haría si el niño estuviera lesionado de su boca. "No es lo
mismo", señaló. "Sí es lo mismo, para él es imposible físicamente hacer
lo que le pide, no tiene que ver con su esfuerzo o con su voluntad", le
repliqué. La verdad es que gracias a mi amistad con el director, la
discusión no pasó más allá de media hora, pero multiplica esto por todos
los casos y te darás cuenta de que hay a veces un problema de
mentalización en la integración: algunos consideran las adaptaciones
necesarias como privilegios.
Por
último, profesor Monfort, una pregunta que para mí, como padre de un
niño con un trastorno de comunicación, resulta muy importante: ¿qué
función deben cumplir los padres en el tratamiento de los niños?
M.MONFORT: La
función de los padres es básica, todo nuestro proyecto de trabajo
consiste en entrenar a los padres para lograr los cambios necesarios en
la interacción del niño con los demás. El terapeuta ocupa un espacio muy
limitado del tiempo del niño. La situación ideal sería la de un
terapeuta de tiempo completo para un niño, varias horas al día, puesto
que son varias las horas al día que un niño está en contacto con el
lenguaje.
Un
niño sin trastornos aprende todas esas horas. Como esto es imposible,
se debe entrenar a los padres para que hagan cambios en su modo de
interactuar comunicativamente con el niño, cambios que son funcionales y
deben responder al problema específico de su hijo o hija.
¿En qué consiste este entrenamiento?
M.MONFORT: (1)
Lo primero que hacemos es enseñarles a observar. Los padres no siempre
saben interpretar correctamente lo que hace su hijo cuando es diferente a
lo que están acostumbrados ni lo que hace el terapeuta cuando lo ven
actuar. Ellos ven que el terapeuta juega con el niño, nada más. Entonces
es necesario enseñarles a interpretar adecuadamente. Para ello se les
muestran vídeos y se les explican las terapias. Luego se los lleva a la
sesión, durante la cual deben mantenerse inicialmente al margen.
(2)
El paso siguiente consiste en preparar a los padres para intervenir.
Esta intervención se graba. Es importante indicar que durante este
proceso nunca se interrumpe a quien está actuando: no estamos seguros de
cuánto comprende el niño. Además, siempre hay un momento específico
para la revisión de los procesos. De allí la importancia de grabar en
vídeo la sesión.
(3)
Efectivamente, el paso siguiente consiste en analizar junto a los
padres su desempeño para realizar las correcciones pertinentes. (4) Al
finalizar el proceso, que puede llevar varios meses, los padres empiezan
a intervenir en presencia del terapeuta para que éste pueda controlar
si lo que les ha dicho han podido aplicarlo.
Por
último, hay que hacer notar que la mayor parte del tiempo –idealmente-
los padres (u otros familiares) no realizan sesiones programadas, sino
que incorporan el tipo de interacción aprendida en sus actividades
cotidianas junto al niño.
Sin embargo, en la actualidad, los padres no siempre pasan tanto tiempo con los niños.
¿Habrá que preparar a todas las personas que rodean al niño?
M.MONFORT: La
idea es que este conocimiento vaya socializándose entre quienes
conviven con el niño: abuelos, tíos, hermanos, profesores, etc.
Afortunadamente, en nuestras sociedades (España, Latinoamérica) la
estructura familiar es todavía muy sólida y extendida, lo cual
representa una gran ventaja para el niño. Es cierto que de adultos puede
resultarles más cómodo vivir en sociedades sin tantos compromisos
sociales, pero si me dan a escoger, prefiero lo primero y no esperar a
la adultez. Todas las personas con quienes convive el niño son, en
definitiva, quienes van a lograr los cambios, más que los terapeutas. La
principal función nuestra no es en el aula, sino servir de
coordinadores y educadores de esta familia.La familia es la mejor
terapia, siempre y cuando actúen informadamente, aunque ello implique
más trabajo. A pesar de ello, siempre es necesario liberar tiempo de
disponibilidad cuando se tiene un niño o una niña con discapacidad: no
hay respuesta sencilla y de aplicación rápida e inmediata para problemas
que son muy complejos.
Dar
tiempo a su hijo es también una inversión para el futuro y no debe ser
vivido como un sacrificio: es una oportunidad también para tener grandes
experiencias personales.
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